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domingo, 10 de junio de 2012

De aquí a la eternidad



TÍTULO ORIGINAL From Here to Eternity

AÑO 1953

PAÍS Estados Unidos

DIRECTOR Fred Zinnemann

PRODUCTORA Columbia Pictures

GUIÓN Daniel Taradash (Novela: James Jones)

FOTOGRAFÍA Burnett Guffey (B/N)

MÚSICA George Duning

DURACIÓN 113 min.

INTÉRPRETES Burt Lancaster, Montgomery Clift, Deborah Kerr, Frank Sinatra, Donna Reed, Ernest Borgnine, Jack Warden, Philip Ober, Mickey Shaughnessy, Harry Bellaver, John Dennis, Merle Travis

SINOPSIS El soldado Prewitt (Montgomery Clift) es un antiguo boxeador al que manejan tanto sus superiores como sus propios compañeros. Su amigo Maggio (Frank Sinatra) intenta ayudarle, pero también debe ocuparse de sus propios problemas. Mientras tanto, el sargento Warden (Burt Lancaster) y la mujer de un comandante, Karen Holmes (Deborah Kerr), pisan terreno peligroso al vivir una historia de amor ilícita. Pero las vidas de todos cambiarán cuando en ellas se cruce el ataque japonés sobre Pearl Harbor.

PREMIOS 8 Oscars 1953, incluyendo película, director, actor sec. (Sinatra), actriz sec. (Reed), guión
Círculo de críticos de Nueva York 1953: Mejor película

VALORACIÓN 9,25 (Clásicos imprescindibles)


El material gráfico de esta película es de sus respectivos propietarios, distribuidora y productora.

1 comentario:

  1. La lucha por la dignidad

    Puede que Robert E. Lee Prewitt sea un nombre absurdo. Se lo contaba su novia, Alma Burke, en la cubierta de ese barco que se despide de Hawai, a esa aparentemente desconocida mujer que era para ella Karen Holmes. Pero lo que no fue absurdo en absoluto fue el hombre que lo encarnaba, en la piel de Montgomery Clift. Puede que no fuese el marido que le convenía a aquella princesa de burdel lujoso, pero a costa de sus genes de héroe abocado al absurdo podría sacar provecho toda la especie.

    La lucha por la dignidad que emprende ese soldado sin padrinos contra toda una sección caprichosa y castrante del ejército de los Estados Unidos es de las que se convierten en memorables, de las que sirven para agitar conciencias, de las que quedan en la historia de la creación universal, en la recomendable senda de personajes como el Bartleby de Melville.

    Prewitt también dijo no. Que no quería volver a boxear, ni aunque le salieran llagas en las rodillas de fregar letrinas y así emprendió una lucha moral mucho más ambiciosa. Desde ese ring universal que fue Pearl Harbour en los días previos al ataque japonés, el fascinante personaje esculpido por Clift va venciendo y convenciendo, a base de una muy razonable testadurez, las conciencias de sus propios compañeros, aunque esa adhesión les cueste la vida, aunque el precio sea un viaje sin precio de allí a la eternidad.

    A su vera caminan unos seres tan carnales como conscientes de su propia infelicidad, tan presos por un sentido del deber sin lógica, como arrojados a un vacío en el que pueden encontrar todo menos la dicha. Ni el sargento Warden (Burt Lancaster) es capaz de atraparla junto a la maravillosa Karen Holmes (Deborah Kerr), ni mucho menos Angelo Maggio (Frank Sinatra, ganador de un Oscar por su papel) acierta a vislumbrar un sentido más digno que el que adivina lejos de sus obtusas pruebas de resistencia ante la monstruosidad.

    Tan sólo los necios parecen hallar una razón para sus vidas dentro de ese ejército, porque el propio Fred Zinnemann, director de otros títulos tan significativos como Solo ante el peligro, Un hombre para la eternidad, Julia..., tiene las agallas de nadar contra corriente antes que nadie, como Prewitt, y presentarnos una más que arriesgada y valiente obra pacifista en plena guerra fría.

    Tuvo mucho éxito hace ya más de 50 años y ocho oscars -película, director, actor de reparto (Sinatra), actriz de reparto (Donna Reed), guión, fotografía, sonido y montaje- pero, sobre todo, ha logrado lo que más puede ambicionar un artista: superar con creces la prueba del paso del tiempo y convertirse en modélica. Ver hoy De aquí a la eternidad conmueve lo mismo que siempre. Es una medicina imperecedera para tiempos turbulentos, un necesario ungüento para encontrar consuelo ante esa detestable necesidad que tienen algunos de no buscar otras sendas que las que conducen al embrutecimiento, a la violencia y a la lógica absurda de los puños y las bombas.

    (Jesús Ruiz Mantilla: El País)

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