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jueves, 14 de febrero de 2013

Gilda



TÍTULO ORIGINAL Gilda

AÑO 1946

PAÍS Estados Unidos

DIRECTOR Charles Vidor

PRODUCTORA Columbia Pictures Corporation

GUIÓN Marion Parsonnet (Historia: E.A. Ellington)

FOTOGRAFÍA Rudolph Maté (B/N)

MÚSICA Hugo Friedhofer

DURACIÓN 110 min.

INTÉRPRETES Rita Hayworth, Glenn Ford, George MacReady, Joseph Calleia, Steven Geray, Rosa Rey, Joseph Sawyer, Gerald Mohr, Mark Roberts, Ludwig Donath, Donald Douglas, Lionel Royce, Saul Martell

SINOPSIS Ballin Mudson, propietario de un casino, salva a Johnny Farrell, un aventurero, de morir a manos de unos rufianes en los muelles de Buenos Aires. Farrell se convierte así en su hombre de confianza, vive en su casa y se ocupa de los negocios cuando él no está. Mudson regresa de un viaje casado con Gilda, antigua amante de Farrell. Ella intenta, infructuosamente, reanudar sus relaciones con Farrell. El casino de Mudson sirve en realidad como cuartel general de los nazis en Iberoamérica. Acusado de ser un doble agente, Mudson mata a uno de los alemanes y huye. Farrell se hace cargo del casino y se casa con Gilda, como venganza y sin corresponder a su amor. Un día Mudson reaparece e intenta vengarse de la pareja.

VALORACIÓN 9 (Grandes películas)


El material gráfico de esta película es de sus respectivos propietarios, distribuidora y productora.

2 comentarios:

  1. El misterio de 'Gilda' y su oscura trastienda

    Hay agazapado detrás de Gilda, filme dirigido por Charles Vidor en 1946, un mito universal y al mismo tiempo aldeano que ha trastocado las jerarquías de la película, muy notable por muchos conceptos. El legendario glamour de su protagonista, la infortunada Rita Hayworth, fue tan poderoso y tan manoseado que se llegó a identificar a la mujer con su personaje, lo fijó prematuramente la imagen y la conciencia de una actriz poco experta que aún buscaba su identidad como tal, provocando en ella una escisión que fue después uno de los factores desencadenantes de su devastación mental posterior. Una persona es mucho más que un fetiche de turbio consumo, de masas. Pero Rita Hayworth fue devorada como mujer por su infame éxito en esta película, que arrastró multitudes incalculables, que ensució su nombre al bautizar con él una bomba de hidrógeno, que fue escupida y vitoreada por avalanchas histéricas de signo aparentemente contrario pero en el fondo idénticas, que promovió una enloquecida expedición a los Andes con objeto de enterrar en una de sus cimas una copia de la película para que sobreviviese a una guerra atómica, como reliquia de este tiempo.

    El descomunal suceso sociológico -explicable como efecto secundario en la patología social de la posguerra- que constituyó la exhibición en casi todo el mundo de Gilda deterioró e incluso impidió ver los auténticos valores del filme, que es, sin embargo, uno de los más sutiles de la tradición del género negro. Hoy, casi 40 años después de aquella ventolera, podemos contemplarlo fuera de la presión -e incluso represión- ambiental que lo adulteró y descubrir en él un cine de rara, casi lúgubre belleza, de incomparable perfección formal y sobre todo de algo muy poco usual en el comercio erótico del star-system: un alarde de sentido de lo, indirecto e incluso de dominio de lo ambiguo.

    La mirada de la cámara

    Gilda, como historia, como fábula, posee un toque y un clima de extrañeza que probablemente originan, entre otros, algunos de sus aspectos formales y ciertas peculiaridades raras de éstos. El primero es la personalidad que adquiere la mirada de la cámara, que captura la aventura amorosa de Gilda, Johnny Farrel y Ballin Mundson, o de Rita Hayworth, Glenn Ford y George McReady. El principio de transparencia -ese grito: "¡Que la cámara no se note!", que amasó el clasicismo de Hollywood y que, en parte, osó romper Orson Welles, jugándose y perdiendo su carrera allí- fue pulverizado por un maestro de fotografía de talla excepcional, Rudolph Maté, que sin ningún alarde gestual realizó encuadres y movimientos de cámara de sorprendente audacia para la época, y aun incluso para hoy. Basta, para que el espectador tenga una referencia, con fijarse en la primera secuencia -la del rufianesco juego de dados en un barrio portuario de Buenos Aires- del filme. Sin la menor pirueta, Maté va más allá de las espectaculares innovaciones de Welles y consigue casi un milagro técnico: que, en efecto, la cámara no se note y, sin embargo, ésta realice audacísimos desplazamientos casi invisibles, angulaciones insólitas que, sin embargo, parecen naturales, y que van adhiriéndose paso a paso a los ojos del espectador y forzándole a desdoblar lo que ve en la pantalla en un doble plano de contemplación: las evidencias y algo vaporoso, inconcreto, que hay detrás de las evidencias.

    (...)

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  2. (...)

    De ahí nace el misterio de la duplicidad de Gilda, que ha sido considerado como uno de los casos más auténticos de asunción del psicoanálisis, e incluso de los suburbios inexplorados del superrealismo, por el cine, ya que se trata no de una asunción argumental, sino metodológica.

    Si Maté dio con el tempo y la óptica secreta del filme, el director, Charles Vidor, amasó sus evidencias con competencia y vigor. No era un cineasta de genio, pero contaba, cuando realizó Gilda, con dos ayudas inapreciables: una era la soltura de los insuperables equipos técnicos de Hollywood en las claves narrativas del género negro, y otra, su conocimiento de la endeble situación profesional de la actriz Rita Hayworth.

    Vidor encontró en Gilda el vehículo que Rita Hayworth necesitaba para ser algo más que una bellísima mujer y una aceptable bailarina. Hizo que la inexperta actriz se apoyara como un gozne entre los dos expertos actores contendientes -Ford y McReady-, que cubrieron admirablemente las deficiencias de oficio de la Hayworth y le facilitaron así el juego, un juego de formidable médium erótica, del que Maté y Vidor extrajeron imágenes de extraordinario poder de sugestión y una parte de aquella duplicidad a que antes hice referencia. Por ejemplo, y también como referencia al espectador, conviene detenerse en la importancia que tienen en su interpretación la cabellera, la sonrisa, los brazos, la espalda, es decir, las imágenes extáticas de la Hayworth, lo que demuestra que el personaje se compuso más que con recursos de dramaturgia, con buscas y rebuscas en aspectos parciales de la fisicidad de la mujer. Ahí está otro componente del misterio del filme y su carácter irrepetible, que hundió la carrera de Rita Hayworth.

    La película, después de tantos años, mantiene intacto su misterio. Es un filme hermoso y mucho más complejo de lo que parece, que hay que ver hoy con ojos afilados, tanto para desarbolar la superficial leyenda que originó en su tiempo como para descubrir que bajo él hay un trabajo cinematográfico de primer orden, uno de los umbrales del cine moderno, en el borde de la perfección.

    (Ángel Fernández-Santos: El País)

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