Búsqueda

Búsqueda personalizada

martes, 10 de julio de 2012

El hombre que mató a Liberty Valance



TÍTULO ORIGINAL The Man Who Shot Liberty Valance

AÑO 1962

PAÍS Estados Unidos

DIRECTOR John Ford

PRODUCTORA Paramount Pictures

GUIÓN James Warner Bellah, Willis Goldbeck (Historia: Dorothy M. Johnson)

FOTOGRAFÍA William H. Clothier (B/N)

MÚSICA Cyril Mockridge

DURACIÓN 119 min.

INTÉRPRETES James Stewart, John Wayne, Lee Marvin, Vera Miles, Edmond O'Brien, Andy Devine, Ken Murray, John Carradine, Jeanette Nolan, John Qualen, Woody Strode, Lee Van Cleef, Strother Martin, Denver Pyle

SINOPSIS Un anciano senador (James Stewart) relata a un periodista la verdadera historia del hombre que mató a Liberty Valance. La acción comienza cuando un joven abogado, Ranse Stoddard, llega a Shinbone, un pequeño pueblo del oeste, para ejercer la abogacía e imponer la justicia en aquellas tierras. Nada más llegar, es robado y golpeado brutalmente por el temido pistolero Liberty Valance (Lee Marvin).

VALORACIÓN 9,5 (Clásicos imprescindibles)


El material gráfico de esta película es de sus respectivos propietarios, distribuidora y productora.

3 comentarios:

  1. EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE

    «La genialidad de los Estados Unidos no destaca principalmente en sus gobernantes o en sus leyes, ni en sus embajadores, sus autores, sus universidades, sus iglesias o sus salones de belleza, ni siquiera en sus periódicos o inventores (...) sino sobre todo en la gente corriente». Walt Whitman, Hojas de hierba.

    John Ford (si, aquel tipo con eterna cara de malas pulgas que hacia películas del Oeste antes incluso de que las balas silbasen y los pistoleros tuviesen derecho a réplica sin intertítulos) rodó la presente a principios de los sesenta. Filmar westerns comenzaba ya a estar pero que muy mal visto y en breve se comenzaría a recurrir a la parodia y el esperpento como camino sin retorno hacia la autoaniquilación de un género cinematográfico. Pero esa es la historia oficial... no crean todo lo que oyen por la radio. Déjenme que les cuente quién lo mató de verdad.

    Ford -aparte de cumplidor, siempre y cuando no hubiese una botella por medio- tenía fama de director "económico". Pero los días en que podía hacer westerns baratos habían pasado: las estrellas se hacían valer. John Wayne cobraría 750.000 dólares y James Stewart 300.000, como anticipo del 7.5% de la recaudación para cada uno. Ford cobraría 150.000 dólares (¡y cómo debía de dolerle al viejo cobrar menos que su ahijado duque!), más el 25% de los beneficios. Lee Mavin 50.000 del ala. El presupuesto ascendió a 3.2 dólares, ninguna ganga para un western en blanco y negro con sólo unos pocos días de rodaje en exteriores. ¿Y por qué en blanco y negro? Las razones de Ford, tan "razonables" como siempre: "maldita sea, vamos a hacerla en blanco y negro; no tiene que ser en color".

    Ah, no, me niego a hacerles un resumen argumental de El hombre que mató a Liberty Valance. Sería igual que dejar en quince líneas algo tan complejo como Bajo el volcán de Lowry o el Lord Jim de Conrad. Es una experiencia que cada cuál debe afrontar a su manera y a su debido tiempo, aunque si todavía les resta por ver esta película... interrumpan de inmediato esta estéril lectura y abaláncense sobre su videoclub más cercano. Aunque es probable que el dependiente de la pequeña tienda de los horrores se les quede mirando con cara de marciano y les endose El hombre que susurraba a los caballos, asegurando que también salen.... vaqueros.

    Simplemente me apetece apuntar tres o cuatro escenas, sin intenciones de profundidad o clarividencia cinéfila. No descubriré nada nuevo: todos ustedes se habrán fijado en ellas alguna vez. Son instantes de esos que mi compañera Susanna congela trimestralmente en su sección Momentos de cine (bonito ejemplo de autopromoción en un medio sin anunciantes. Fin del paréntesis).

    * * * * *

    James Stewart (Ramsom Stoddard) recibe una fenomenal paliza a manos del malo malísimo Lee Marvin (tunda que por supuesto acontece fuera de campo: los grandes hacían gala de cierta ética que algunos confunden con mojigatería). Cuenta le leyenda (a partir de ahora será lo único que nos interese) que a Stewart le costó recordar sus frases durante varias de estas tomas (algo bastante inusual, por cierto). Ford se acercó a él y le susurró: "Jimmy, tú no eres un cobarde, ¡tú no eres un cobarde!". La siguiente toma, gimoteando entre las espuelas de Liberty, lo bordó.

    La noche ha caído. Una carreta lleva al magullado leguleyo hasta una casa donde habitan buenos samaritanos, en el polvoriento pueblucho de Shinbone. El resto de personajes se conocen entre ellos desde largo tiempo atrás. Se establece un alegre compadreo entre ellos: ir y venir atropellado, candiles, lámparas de petróleo recién encendidas, compresas de agua caliente, brebajes revitalizantes... una escena familiar, de cocina o estudio, al abigarrado estilo de un Rembrant o un Velázquez. Una representación que tiene lugar ante nuestros extasiados ojos y donde a los personajes sólo les falta mirar a cámara y pedir silencio, posando el dedo entre los labios. No puede haber introducción más clásica, menos ruidosa. Ni más rompedora.

    ResponderEliminar
  2. * * * * *

    Estamos en hora punta, si existen horas punta en pueblos destartalados sin reloj en la iglesia. La cantina está repleta de gente, algarabía de tipos rudos que apenas saben utilizar los cubiertos. Sólo nos interesan dos estancias: el comedor y la cocina, con puerta trasera por donde se cuelan los clientes habituales de la casa. Aunque no siempre paguen sus deudas.

    Un bistec y una zancadilla. James Stewart con aquel porte desasido de las películas de Mann: el hombre de Laramie buscando venganza, el hermano de Winchester 73 en pos de un rifle y... sí, más venganza. El codicioso Colorado Jim. Abatido, arrastrándose por el suelo, a la altura de las escupideras donde hurgaba Dean Martin. Pero nunca indigno. Algo enfadado, eso es todo.

    Lee Marvin y su chaleco de cuero. La empuñadura plateada de su látigo. La sonrisa cínica de quien se sabe más fuerte. Risa nerviosa de Lee Van Cleef a sus espaldas. Carcajadas que no son coreadas: el miedo -cuando es uno quién lo padece- nunca resulta gracioso.

    Cara a cara. Una excusa como otra cualquiera. El uno frente al otro, el indómito y el hombre tranquilo. Midiéndose, sabiendo que están predestinados a pegarse tiros una tarde en la que cualquiera de los dos beba en demasía. Y Stewart recogiendo con furia el trozo de carne, devolviéndolo al plato y salvándole la vida a uno de los dos. Sabiéndose catalizador de unos odios forjados largo tiempo atrás.

    * * * * *

    Stewart habla pero su mujer no le escucha. O tan solo ocurre que Stewart habla para sí mismo, encantadísimo de haberse conocido, con la chepa desgastada de recibir palmaditas en la espalda. El ingenuo, el idealista. El hombre que apareció con un libro de leyes bajo el brazo y se hizo famoso por... abatir al sanguinario Liberty. O eso cuenta la leyenda, vamos.

    Las cosas han cambiado. Lo vemos bien vestido, demasiado bien vestido. Su voz se ha vuelto algo afectada, sus maneras, su porte... no, no es el mismo. Stewart se ha acabado convirtiendo en un político. Uno de tantos. Con facilidad para dar discursos supuestamente improvisados ante periodistas boquiabiertos, más pendientes de halagar que de criticar. Dispuesto a contarnos sus batallitas, a hacer épica del pasado para justificar su presente y asegurar su futuro. Ya nos conocemos a estos profesionales del proselitismo, la endogamia y el nepotismo. Agradables de trato durante un breve espacio de tiempo. Insoportables cuando se ponen a dar lecciones de dignidad y ciudadanía.

    Como apunta Scott Eyman, «en El hombre que mató a Liberty Valance el único poder real es el tiempo, que hace cosas terribles: la brecha entre el firme idealista Stoddard y el charlatán en que se convierte es deprimente».

    (...)

    ResponderEliminar
  3. (...)

    Pero su mujer ya no escucha, decía. El brutal Tom Doniphon (John Wayne), el desclasado, el bravucón con grandes esperanzas yace en un destartalado ataúd de madera. Era mejor persona que Liberty, aunque compartía con él muchísimas más cosas que con el abogado peripuesto, con el universitario alelado que quería enseñar a leer a su eterna novia. Imaginamos sus últimos años de tabaco de pipa y memoria atrofiada, coleccionado recortes de periódico con la fulgurante carrera del tipo aquel que llegó un día y se llevó lo que más quería. Tres veces gobernador. Dos veces senador. Embajador ante la corte de St. James. Todo un curriculum.

    No, no. Lee Marvin era John Wayne. O John Wayne era Lee Marvin. Al matarlo (al matarse), estaba extendiendo el acta de defunción de una época, incluida una forma muy particular de hacer y entender el cine. Porque un hombre equipado únicamente con la razón no hubiese podido llegar al otro extremo de la calle aquella fatídica noche. Los ideales, a la postre, son fácilmente abatibles por un pistolero analfabeto y algo ebrio. La poesía no amansa a las fieras. Hace falta alguien entre las sombras, rifle en mano. ¿Un espectro, un ángel de la guarda? No, tan solo un hombre incapaz de matar a nadie por la espalda... aunque dispuesto a hacer alguna que otra excepción. Alguien perdidamente enamorado, aunque tan solo sepa regalar rosas repletas de espinas para expresar sus sentimientos. John Wayne era el verdadero idealista de El hombre que mató a Liberty Valance. Demonios, ¡John Wayne era el western! Y Ford finiquitó el género (su género) en Thousand Oaks, California, una fría tarde de 1961.

    -Míralo. Fue un desierto; ahora es un jardín -dice Hallie-. ¿No estás orgulloso?
    -Hallie -contesta Stoddard-, ¿quién puso las rosas de cactus en el ataúd de Tom?
    -Yo.

    Stewart descubre, mirando por la ventana sin ver, que el poder y la gloria no le han servido para nada. Porque acaba de certificar lo que ya suponía, lo que su vanidoso ego se negaba a admitir. Que su mujer estaba enamorada del hombre que mató a Liberty Valance. Del de verdad.

    El tren -ese caballo de hierro ligado a la historia del cine desde su nacimiento- se aleja de la estación. La civilización está aquí, la hora de los tipos con levita y bombín ha llegado. ¿Es inevitable? Quizás sí. Aunque Ford posiblemente escupiría desde su colmillo ladeado y le espetaría al personaje interpretado por Stewart algo así como: "¡por Cristo, quítenme a este tipo de encima!".

    (Jorge Mauro de Pedro: Miradas de Cine)

    ResponderEliminar