TÍTULO ORIGINAL The Great Dictator
AÑO 1940
PAÍS Estados Unidos
DIRECTOR Charles Chaplin
PRODUCTORA United Artists
GUIÓN Charles Chaplin
FOTOGRAFÍA Rollie Totheroh, Karl Struss (B/N)
MÚSICA Charles Chaplin, Meredith Willson
DURACIÓN 128 min.
INTÉRPRETES Charles Chaplin, Paulette Goddard, Jack Oakie, Reginald Gardiner, Henry Daniell, Carter De Haven, Grace Hayle, Maurice Moscovitch, Billy Gilbert
SINOPSIS Un humilde barbero judío tiene un parecido asombroso con el dictador de Tomania, un tirano que culpa a los judíos de la crítica situación que atraviesa el país. Un día, sus propios guardias lo confunden con el barbero y lo llevan a un campo de concentración. Al mismo tiempo, al pobre barbero lo confunden con el tirano.
VALORACIÓN 9,75 (Obras maestras)
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¡Mira a lo alto, Hannah!
ResponderEliminarVolver a acercarse a este clásico de Charles Chaplin, en el que por última vez vuelve a hacer uso de su entrañable creación de Charlot (aquí ya algo transformada) y por primera vez de manera completa del sonido, sirve para reencontrarse con esa mítica frase con la que se cierra el inolvidable discurso final ("¡Mira a lo alto, Hannah! ¡Mira a lo alto!"), así como para darse cuenta de otras cosas. La primera es que visto de nuevo, tras un cierto tiempo y en el contexto actual, parece tan necesario como en el momento de su realización en lo que respecta a su denuncia (principalmente y sobre todo de la estupidez humana), pero igual de fallido en lo que al resto de la trama se refiere. No es que no sea una gran obra y que no se merezca su condición de clásico (sus cualidades propias, la valentía de su denuncia al realizarse en el mismo momento en que los hechos estaban sucediéndose y sus secuencias míticas le otorgan esta condición), pero vista de una manera objetiva, comparándola con el resto de la filmografía de su autor y dejando que las huellas del tiempo pasen sobre ella, es evidente que está lejos de ser una pieza redonda y que contiene defectos que, a pesar de su importancia, no logran ahogar sus numerosas virtudes.
Si se compara este film con "El chico", "La quimera del oro", "Luces de la ciudad" o "Tiempos modernos", por citar sólo los mejores trabajos de su realizador con la figura de Charlot, resiste mal esa comparación. Mientras aquéllos siguen siendo aún hoy un torrente de cine, capaz de agarrar al espectador desde sus primeros fotogramas para no soltarte hasta el final, en el caso de "El gran dictador" el enamoramiento público/película va sucediéndose de manera intermitente y sólo se desarrolla plenamente una vez alcanzado su tramo final. Es evidente que a las obras realizadas en épocas diferentes a las del momento presente en que se escribe sobre ellas, hay que saber criticarlas en la justa medida en que se sepa distinguir entre los méritos perdidos con el tiempo y los que nunca tuvo. En este caso, como ya he dicho, Chaplin había realizado hasta el momento de entregar esta cinta una serie de obras que dejaban en evidencia que el nivel que podía alcanzar era mucho mayor que el aquí mostrado.
El comienzo, por poner un ejemplo, recupera viejos gags de Charlot con el añadido del sonido y las voces (todo el arranque es una especie de remake de su cortometraje "Armas al hombro"), que si bien siguen siendo graciosos, no confieren al conjunto la unidad necesaria y eso sigue siendo así durante casi toda la película. De hecho, durante toda la primera mitad (hasta que el barbero comienza a ser perseguido y su historia va corriendo paralela a la del dictador), el film asemeja más a una sucesión de pequeños cortos (casi todos magníficos, eso sí) unidos por un hilo argumental finísimo, lo que le confiere una arritmia importante. No es que esto no lo hubiera hecho ya Chaplin antes, pues casi todos sus largometrajes hasta ese momento seguían ese esquema de pequeños episodios (cortometrajes) unidos unos a las otros por una excusa argumental global, aunque en los casos anteriores o ésta había sido más fuerte y mejor trabajada o la unión entre cortos tenía una mayor coherencia interna.
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ResponderEliminarAquí el núcleo dramático de la historia no funciona demasiado bien, en buena parte porque ni la historia del barbero judío y sus amores, ni la del dictador y sus deseos de conquista y destrucción, son lo que realmente le importan a Chaplin, que da lo mejor de sí mismo en los segmentos cómicos aislados a los que me he referido antes (desde el baile con la bola del mundo o la secuencia del afeitado o las idas y venidas de Hynkel por los distintos despachos de su palacio, hasta los encuentros y desencuentros continuos de éste con Napaloni, que se convierten en con facilidad en el tramo del film más conseguido y cohexionado) y en los momentos de denuncia (sobre todo en ese discurso pacifista final, que pese a su optimismo ciego y un poco blando, tiene en la interpretación de Charles Chaplin y en unas portentosas líneas de diálogo, uno de los momentos antológicos de la historia del cine, que aún hoy con la distancia de los años sobre los hechos reales ponen los pelos de punta), mientras que cuando regresa a las desventuras de la trama central, el ritmo y el interés flojean bastante.
Cualquiera de los posibles espectadores de esta reposición habrá visto tantas veces algunas de las imágenes de la cinta o sabrá de ellas por otros medios o las habrá visto hace mucho tiempo y en su memoria las habrá mezclado (montado) al gusto arbitrario de los recuerdos de cada uno, que lo más seguro (ocurre siempre ante símbolos tan universales de la cultura) es que cada espectador habrá soñado la película antes de verla, y de todos es sabido que la realidad casi nunca suele estar a las alturas de los sueños. Esto no evita que siga siendo innegable su condición de clásico del cine y de obligada visión (incluso con sus defectos), en el que aún hoy uno puede dejarse transportar a los más puros y mágicos terrenos de la ficción y reconocer al mismo tiempo a muchos de los líderes de la política internacional de nuestra actualidad en los personajes del film; si no en las apariencias, sí al menos en los discursos y en las ideas.
Calificación: 8.5 / 10
(Diego Vázquez: LA BUTACA)