TÍTULO ORIGINAL The Hustler
AÑO 1961
PAÍS Estados Unidos
DIRECTOR Robert Rossen
PRODUCTORA 20th Century Fox
GUIÓN Robert Rossen, Sidney Carroll (Novela: Walter Tevis)
FOTOGRAFÍA Eugene Shuftan (B/N)
MÚSICA Kenyon Hopkins
DURACIÓN 135 min.
INTÉRPRETES Paul Newman, Jackie Gleason, George C. Scott, Piper Laurie, Myron McCormick, Murray Hamilton, Vincent Gardenia, Michael Constantine
SINOPSIS Eddie Felson (Newman) es un joven, arrogante y amoral buscavidas que frecuenta salas de billar, dejando pelado a cualquiera que empuñe un taco. Decidido a ser aclamado como el mejor, Eddie busca al legendario Gordo de Minnesota (Gleason), apoyado por Bert Gordon (Scott) un agresivo jugador. Eddie podría batir al campeón, pero se ve derrotado por su baja autoestima. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría volver a sacarle de esta vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al Gordo de Minnesota, sin importarle el precio que tenga que pagar por ello.
PREMIOS 2 Oscars 1961: Mejor fotografía B/N, dirección artística B/N.
Círculo de Críticos de Nueva York 1961: Mejor director
BAFTA 1961: Mejor película
VALORACIÓN 9,25 (Clásicos imprescindibles)
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'El buscavidas', obra capital del cine norteamericano
ResponderEliminar“Claro que te emborrachaste. Tenías la mejor excusa en el mundo para perder. No hay ningún problema si pierdes con una buena excusa. Ganar, puede ser una gran carga. Puedes soltar esa carga cuando tienes una excusa. Lo único que tienes que hacer es aprender a sentir pena por tí mismo. Uno de los más populares deportes de interior: sentir pena por uno mismo. Deporte disfrutado por todos, especialmente los perdedores natos.”
- Bert Gordon
Este demoledor discurso, que es un mazazo de verdad incontestable, despiadado, demoledor, lo pronuncia un personaje fascinante, al que da vida el gran George C. Scott, un tipejo despreciable y ruin hasta extremos inimaginables, que se alimenta del talento y de la pasión de otros. Sin duda, hay muchos individuos abyectos como él en el mundo, que utilizan sin escrúpulos a cualquier pringao que nazca con un don, con el único objetivo de hacer dinero. Aquí, Gordon saca tajada, porque puede, y le da mucho dinero, primero del Gordo de Minnesota (inolvidable Jackie Gleason), y luego de Eddie Felson, al que llaman “el rápido”.
Sin duda, una de las películas más turbias, moralmente, y más sórdidas, visualmente, de toda la historia del cine americano. Su director, Robert Rossen, había sufrido el desprecio de sus colegas de profesión, por haberse ablandado y haber “dado algunos nombres”, en la infame caza de brujas orquestada por el demente senador McCarthy. Y en 1960 había regresado a su país, después de autoexiliarse a Europa. ‘El buscavidas’ sería su penúltima película como director. Y nunca estuvo tan descarnado, tan verdadero, tan impresionante. ‘El buscavidas’ cabalga junto a ‘The Searchers’, ‘El apartamento’ o ‘Sed de mal’.
En realidad, Eddie quiere vencer al que, en teoría, es el mejor del país. El Gordo. Seguramente no lo sea a un nivel profesional. Pero hay prestigios que en los bajos fondos tienen más valor que en la burguesa vida real. Y ese es uno de ellos, pues sus credenciales se acuñan con sangre y navajazos. Algo parecido a este duelo intentó hacer Curtis Hanson en la estimable ’8 millas’, con un primer duelo fallido, y la preparación para el segundo, que dura toda la película. Pero no llegó a esto ni por asomo, porque la tragedia de Eddie es, siempre, él mismo, y Paul Newman, interpretándole, logra una de esos milagros que se llaman belleza.
Creer en uno mismo
Es decir, estamos en una historia que va sobre creer en uno mismo. Pero además de eso, sobre amarse a uno mismo, que viene a ser idéntica cosa. Y a Felson eso no se le da muy bien, precisamente. El título original, ‘The Hustler’, no puede ser más estimulante. Aunque el español tampoco le viene mal a esta historia. Por muy buen jugador de billar que sea, Eddie se siente un perdedor, un deshecho, y eso nadie lo puede remediar, aunque el extraño ángel redentor personificado en la menuda figura de Sarah Packard (trágica Piper Laurie) lo intente una y otra vez, inasequible al desaliento.
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ResponderEliminarPorque esto, en el fondo, es un relato mitológico. Por el alma de Felson pugnarán su despiadado “socio” (su dueño, con la correa de espinas bien apretada), el siniestro Bert Gordon, y la extrañamente dulce, extraviada y generosa Sarah, mientras él se debate entre uno y otro, y acaba perdiéndolo todo. Aunque, por supuesto, a Eddie siempre le restará una cosa para recompensar a su dignidad: vencer de una santa vez al Gordo de Minnesota. Pero como en todo relato trágico, lo importante no es que le venza, sino el camino que tiene que recorrer para darse cuenta de que puede hacerlo.
Dos partidas muy diferentes entre sí, aunque ambas duren varias horas, y manejen miles de dólares. Pero lo importante nunca fue el dinero, aunque Bert Gordon, que es el dueño de ambos, no se de cuenta. La mesa de billar como escenario mismo, en el que las pasiones y las redenciones tienen lugar y se fusionan, para dar sentido a una vida que, fuera de ese cuadrado, no tiene sentido ninguno. El billar no como lienzo, sino como marco de la expiación, de la culpa, de la fraternidad, de la miseria humanas.
Un estilo sobrio y conmovedor
Si Rossen hubiera podido desarrollar una carrera más fluida y más libre, seguramente su nombre ahora estaría al lado de Billy Wilder y Howard Hawks, por ejemplo. Pero ya no importa. Importa hablar de que ‘El buscavidas’ sí poseía una mirada libérrima y desesperanzada. La de un hombre que ya lo había vivido todo, y al que solo le quedaba un escalón más en su vida, el de la muerte, que escenificó en la lírica ‘Lilith’.
En ‘The Hustler’ Rossen se introduce con valentía estremecedora, brutal, en la vida de un hombre sin pasado y sin futuro, que vive el presente como puede, y que, según sus propias palabras, “no reconocería el amor ni aunque se cruzase con él en la calle”. Y lo hace apoyado en una memorable música Jazz de Kenyon Hopkins, que le otorga un acompasado ritmo, casi ligero, a la historia, con un profundo contraste con lo que está contando. Y, claro, la fotografía de Eugene Shuftan, cuyo blanco y negro tantos han querido imitar, y la dirección artística de Harry Horner, nos trasladan a un mundo sin esperanza, frío y descorazonador, con interior espesos, que se pueden cortar a cuchillo.
Rossen filma con unos encuadres de una precisión asombrosa, logrando una profundidad de campo pocas veces vista antes de 1961, pero imprescindible para poder contar las aristas emocionales de esta historia, y el desasogiego y la tensión de un jugador de billar y de un buscavidas. Hay algo teatral en su puesta en escena, pero algo que le beneficia: entregar a sus actores el protagonismo absoluto de la puesta en escena, en lugar de intentar asombrarnos con ella. La sobriedad es la norma, en la conquista de una conmoción para el espectador, que se nos sirve por la dolorosa verdad de las cosas que nos cuenta.
(Adrián Massanet: Blogdecine)